martes, 16 de octubre de 2012

De piedras en la mochila.

Hace poco leí dos artículos, uno en un blog de humor, otro en una revista en la sala de espera del Gordólogo. El primero decía que era más importante tener amigos a los 16 que a los 30. El segundo narraba la dificultad para las personas adultas de hacer nuevas amistades. En ambos casos, inmediatamente después de leerlos pensé que era cierto. Unos meses (semanas) después me doy cuenta de que no es totalmente verdad, al menos en mi caso. Es más difícil para mi conservar las amistades que generarlas, y mucho más difícil sobrellevar algunos aspectos de mi vida sin el amor fraternal de un amigo.
Una de mis (ex)antiguas amigas de la infancia, que a partir de ahora llamaremos X, se casa en tres semanas. A pesar de que mantenemos una relación constante, llamadas, post-s en redes sociales y cafés a intervalos más o menos regulares, me enteré de la boda de X de rebote. Más bien de puro impacto por despiste ya que en una de esas reuniones de cafés a uno de sus amigos se le escapó. Ella puso cara de circunstancias, su futuro marido estalló en risas. Mi cara debió ser un poema. X me pidió en la más absoluta vergüenza que no dijese nada a nadie, puesto que nos lo quería decir ella misma a todas. También me contó que la boda sería una de esas llamadas íntimas, organizaría dos celebraciones, una para la familia y otra para los amigos. Muy propio de X, pensé yo. Di por sentado que me lo contaba por que estaba invitada. Di por sentado que el grupo de amigas que nos habíamos criado desde pequeñas juntas estaría invitado. Bien, pasados ya dos meses de aquel día, me entero de que no lo estamos. Ninguna salvo dos están invitadas. Y lo más sorprendente no es que las dos invitadas no se hablen entre ellas desde hace años, sino que para el resto, excepto para mi que fui partícipe de una casualidad, es un absoluto secreto. Ellas no saben que X se casa.
Hace años, diez años el próximo mes de febrero concretamente, tuve un problema con X. Durante una noche de carnavales el que era por entonces su novio intentó besarme. Yo era una cría, ellos eran un par de años mayores que yo. Mi error más grande de aquella noche fue no contárselo a X en aquel mismo momento. No pasó nada, pero técnicamente fue una traición. Unos tres años después y ya soltera, X se enteró, su ex-pareja se lo había contado con afán de herirla en venganza por haberle abandonado. Cuando X me lo preguntó pude haberle mentido, pero no lo hice, le conté la verdad, recuerdo que contuve lágrimas amargas de vergüenza. Yo le conté mi historia y resultó que su ex le había contado una versión algo más calenturienta y fantasiosa que la mía. Ella entre risas me abrazó y afirmo “que no le importaba”. Mentira (se)sospecho ahora. Supongo que ella creyó la versión del ex-novio. No hay ni un solo mes en estos diez años en el que no haya dedicado un momento a pensar sobre esas cosas. Y esas es, señores y señoras, una de las piedras más grandes en mi mochila. Debí zanjar el tema, y dar por finalizada la relación con X en el mismo momento que ocurrió aquello. Pero no lo hice. Decidí abrir la mochila en mi espalda y meter aquella piedra dentro, arrastrándola hasta el día de hoy, y sospecho que durante mucho tiempo más. Al poco tiempo de confesar el ex-novio, me mandó un e-mail en el que me pedía perdón “por haberme puesto en aquella situación tan difícil” también dijo “que esperaba que pudiésemos seguir siendo amigos”, automáticamente re-envié este correo a X ya que corroboraba mi versión. Pero supongo que cayó ya en saco roto. Desde entonces X siempre se ha comportado conmigo como si no hubiese ocurrido nada entre nosotras. Hubo un momento que la creí, así que supongo que la tristeza que me está generando este penoso desenlace es otra de las piedras que voy a meter en mi mochila.
Y es que cuando decidimos abrazar una de estas piedras y cargarlas, es evidente que en el futuro, da igual cuando ya que una década de arrepentimiento no es suficiente, estos pedruscos generaran otras piedras, igual o más pesadas que ellas mismas. Y así, guijarro a guijarro, se va llenando nuestra mochila. En mi caso cuando sea una viejecita (insoportable)adorable todas estas piedras habrán hecho de mi una cheperuda extraña y solitaria.
Son muchas las piedras que he decidido cargar. Ha habido momentos en los que he creído que ya no era capaz de soportar la carga, ha habido momentos en los que he querido no tener que hacerlo, pero eso es algo que no puedes elegir, el momento crucial está en decidir llevar la piedra o no, una vez dentro de la mochila no te queda otra opción que arrastrarla por tu vida. Pero después de épocas amargas he conseguido salir adelante, casi siempre sola, la soledad es otro de mis más enormes pedruscos. Que la gente, no la gente de la calle, si no mis más allegados, gente a la que quiero como a X, piense que soy fría y distante, que no quiero ni me importa nadie ni nada, es otra de las rocas que arrastro. Otra de estas personas, una de las que si está invitada a la boda de X, me decía que yo no la visitaba, que no la llamaba, con el tiempo me he dado cuenta de que entre nosotros había el mismo camino, tanto de mi hacía ella como de ella hacía mi, al igual que yo no lo recorría ella tampoco, esa era otra de las piedras que arrastraba, esa me la dejo hoy aquí. Errores, faltas, mentiras, ausencias, presencias, discursos, absurdeces, estupideces, culpabilidad, odio y otras tonterías, son algunas de las piedras que conforman el imaginario de mi mochila condenatoria, esa que cada día pesa más.

Y que no me mal-interprete nadie: yo quiero a X. Al igual que quiero a las otras chicas a las que llamo amigas, a esa pandilla de mi infancia, y a las que no pertenecen a ella. Por ejemplo la época de Inglaterra una de las peores y más horribles de mi vida, el simple recuerdo que me traían sus fotos pegadas en las paredes de mi habitación fueron como una tabla de salvación. Incluso quise escribir un libro sobre aquello; agradecerles todo aquel apoyo y amor omnisciente, y al parecer hoy imaginario por mi parte. Pero gracias a las editoriales que lo rechazaron ahora no es una de las piedra en mi mochila.

Sirva la descripción de estas cosas como amorosa felicitación para X y los suyos, y también una despedida para ella y algunas de estas personas. Desde hoy, esta piedra se queda aquí también.